martes, 15 de marzo de 2011

...Y nuevamente Dios

En esta ocasión, me limitaré a decir que en la medida en que el hombre participa del cosmos/órden universal, y siempre que tomemos como posible la premisa de que así pueda suceder; y en tanto que dios sería la fuerza ordenadora de la naturaleza -y observese que no pretendo aquí otorgarle un sentido canónico- no necesariamente una individualidad pero si un nivel ontológico del ser mismo de cualquier manifestación; aquella participación en la legislatura de la realidad y la naturaleza situaría al hombre en un nivel asimismo divino, órgano integrado en la totalidad divina, o parte en simbiosis con esa realidad, ya sea inventada o perenne, que supone lo que a dios atañe por fidelidad a su significado primero. Que, por cierto, no es el de dispensador moral; siendo así que no puede ser bueno o malo, o mejor dicho, solamente bueno o solamente malo. Como así ocurre, en definitiva, con cualquier suceso, ente o manifestación. Aquí entra, por supuesto, mi visión de los hechos, que no pretende ser la única válida, ni diferir de las opiniones que puedan valorar positiva o negativamente las consecuencias de Dios en algún u otro sentido particular, ya sea concebido éste en un nivel empírico -que siempre es insuficiente por no ser necesariamente inteligible- como especulativo -que siempre es inexacto, por no ser tampoco total-. Sea como fuere, existe necesariamente en alguno de estos dos niveles, en la medida en que hablamos acerca de él y lo hacemos propio de unas asignaciones determinadas para poder discutir acerca de sus implicaciones. Desde la prespectiva del eventual objeto perenne de Dios, sería de imposible demostración si su realidad fuera de órden implicado, (esto es, comprensible o asimilable) pero como órden no necesariamente explicado o explicable. Esto último le conferiría el carácter de absolutísima vivencia personal. Por lo tanto, no extrapolable a otros en ningún sentido. Con lo expuesto tampoco estoy diciendo que necesariamente lo sea. Vivencia exclusivamente personal. Efectivamente, el tema no podría ser más complejo de concluir. Deben aportarse, en todo caso, argumentos definitivos y categóricos a favor o en contra de la existencia de Dios, para justificar responsablemente la creencia personal en cualquiera de los dos sentidos. Ya que si admitimos su imposibilidad demostrativa, al margen de su eventual existencia, admitimos también la irresponsabilidad de nuestra creencia, ya sea en contra, como a favor de. No existe únicamente aquello que podemos demostrar, ya que no todo lo indemostrado es forzosamente indemostrable. Y que algo no pueda ser demostrado, hasta el momento, no implica que no pueda hacerse mañana. Finalmente, algo que no podría ser demostrado, implicaría lo que se conoce como una realidad de órden no explicado. Pero pudiendo ser de órden implicado, sería una de aquellas verdades asimilables pero no explicables o demostrables. Nos topamos aquí con las limitaciones de la ciencia explicativa. Pero como ya hemos dicho que tiene que existir en alguno de los niveles mencionados para poder hablar de él, pues no puede hablarse de aquello que no existe empirica, inteligible o especulativamente, la creencia a favor sería justificable, si bien su nivel de existencia no seríta total, y por lo tanto nuestro concepto de Dios sería forzosamente parcial. (solo especulativo, o solo racional, etc..) Esto nos impediría, netamente, universalizar la idea de Dios, por más que, eventualmente, justificara su creencia. Se necesita pues, la justificación a todo nivel en uno u otro sentido, para concluir el tema. Pero si su realidad es de orden exclusivamente implicado, cabe recordar, tal justificación es imposible. Dios quedará entonces como misterio inefable, misterio, por otra parte, vivenciable por hipótesis. Simplemente trato de hablar con propiedad, que quiero decir con esto: Los orcos, elfos, y demás... Tienen una existencia puramente imaginal, pero nunca, por poner un ejemplo, empírica. En todo caso, las realidades parciales, como ya manifesté, siempre son realidades menores. Pareciera pues que solo puede existir el órden empírico, por otra parte cojo si no se tiene en cuenta, por poner un ejemplo, el racional o inteligible. Que por cierto son contrarios a priori. Cuando hablo de realidad hablo de existencia, pero a un nivel total y no descafeinado. Cuando hablo de irrealidad hablo de inexistencia, y por lo tanto de absoluta inconcebilibidad. Y remarco lo de inconcebible. El artista concibe su obra y esta toma su existencia en la mente. Crear es operar en la realidad. Y la realidad física es una escisión de la realidad total. Existe la realidad conceptual, por mas que no podamos tocarla. Y sigo abogando por realidades redondas y perfectas a todos los ordenes, si se quiere pretender una realidad absoluta. Que podrá o no existir, pero que requiere una respuesta a todos los niveles de existencia. Por otra parte, es posible ver fantasmas, pero eso no significa que sean reales. Por eso las realidades empíricas -las que se demuestran mediante los sentidos- son insuficientes. Culaquier esquizofrénico consciente, podría dar buena fe de esto. Y esto es discutir acerca de las ilusiones, entre las que se cuentan, la de los falsables sentidos ordinarios. De modo que, más que en la convivencia entre los hombres yo diría que Dios ha de ser, para encajar en lo que entiendo por él, la pauta que ordena la naturaleza misma, del modo aquel en que Isaac Newton, en unos espolios de filosofía natural, y explicando las leyes físicas, establece la gravedad como condensación del éter, al que el entiende como cuerpo de Dios. Así, el propio Einstein afirma, mas adelante en el tiempo, que este éter Newtoniano, -que es una continuación en la física del aristotélico-y con todas sus implicaciones, ha de existir forzosamente para que la luz viaje por el espacio. El hecho de que Newton se refiera a este como "cuerpo de Dios", es precisamente por que el campo de fuerza gravitatorio sostiene todos los cuerpos celestes impidiendo que estos se vengan abajo, y está presente en todo el espacio del universo, siendo de este modo omnipresente, y confirmando con ello, en términos de física, la existencia de una fuerza ordenadora en la naturaleza. Se ha dicho de él que este sería a todo orden irreprochable. Pero eso no impide a los hombres de opinar en sentido peyorativo acerca de su idea de Dios. Obviamente, si casi habíamos concluido su incognoscibilidad, que lo hacía prematuramente indemostrable, es de lógica cartesiana que este se hacía por consiguiente irreprochable. Sea como fuere si la fuerza ordenadora total no fuera perfecta en su haber, la existencia no sería posible. Imaginemos pues una fuerza ordenadora imperfecta o inexistente: ¿Acaso podría esta posibilitar la existencia? ¿Y acaso la existencia no ha de ser posible y por lo tanto ordenada y sustentada en algo que la justifique? Pues bien, o ese algo es perfecto, o este es imposible, y con ello la existencia misma. Pues si esta no tiene justificación no tiene sentido, y lo que no tiene sentido no tiene posibilidad. El que tenga oídos, que oiga.