martes, 15 de marzo de 2011

...Y nuevamente Dios

En esta ocasión, me limitaré a decir que en la medida en que el hombre participa del cosmos/órden universal, y siempre que tomemos como posible la premisa de que así pueda suceder; y en tanto que dios sería la fuerza ordenadora de la naturaleza -y observese que no pretendo aquí otorgarle un sentido canónico- no necesariamente una individualidad pero si un nivel ontológico del ser mismo de cualquier manifestación; aquella participación en la legislatura de la realidad y la naturaleza situaría al hombre en un nivel asimismo divino, órgano integrado en la totalidad divina, o parte en simbiosis con esa realidad, ya sea inventada o perenne, que supone lo que a dios atañe por fidelidad a su significado primero. Que, por cierto, no es el de dispensador moral; siendo así que no puede ser bueno o malo, o mejor dicho, solamente bueno o solamente malo. Como así ocurre, en definitiva, con cualquier suceso, ente o manifestación. Aquí entra, por supuesto, mi visión de los hechos, que no pretende ser la única válida, ni diferir de las opiniones que puedan valorar positiva o negativamente las consecuencias de Dios en algún u otro sentido particular, ya sea concebido éste en un nivel empírico -que siempre es insuficiente por no ser necesariamente inteligible- como especulativo -que siempre es inexacto, por no ser tampoco total-. Sea como fuere, existe necesariamente en alguno de estos dos niveles, en la medida en que hablamos acerca de él y lo hacemos propio de unas asignaciones determinadas para poder discutir acerca de sus implicaciones. Desde la prespectiva del eventual objeto perenne de Dios, sería de imposible demostración si su realidad fuera de órden implicado, (esto es, comprensible o asimilable) pero como órden no necesariamente explicado o explicable. Esto último le conferiría el carácter de absolutísima vivencia personal. Por lo tanto, no extrapolable a otros en ningún sentido. Con lo expuesto tampoco estoy diciendo que necesariamente lo sea. Vivencia exclusivamente personal. Efectivamente, el tema no podría ser más complejo de concluir. Deben aportarse, en todo caso, argumentos definitivos y categóricos a favor o en contra de la existencia de Dios, para justificar responsablemente la creencia personal en cualquiera de los dos sentidos. Ya que si admitimos su imposibilidad demostrativa, al margen de su eventual existencia, admitimos también la irresponsabilidad de nuestra creencia, ya sea en contra, como a favor de. No existe únicamente aquello que podemos demostrar, ya que no todo lo indemostrado es forzosamente indemostrable. Y que algo no pueda ser demostrado, hasta el momento, no implica que no pueda hacerse mañana. Finalmente, algo que no podría ser demostrado, implicaría lo que se conoce como una realidad de órden no explicado. Pero pudiendo ser de órden implicado, sería una de aquellas verdades asimilables pero no explicables o demostrables. Nos topamos aquí con las limitaciones de la ciencia explicativa. Pero como ya hemos dicho que tiene que existir en alguno de los niveles mencionados para poder hablar de él, pues no puede hablarse de aquello que no existe empirica, inteligible o especulativamente, la creencia a favor sería justificable, si bien su nivel de existencia no seríta total, y por lo tanto nuestro concepto de Dios sería forzosamente parcial. (solo especulativo, o solo racional, etc..) Esto nos impediría, netamente, universalizar la idea de Dios, por más que, eventualmente, justificara su creencia. Se necesita pues, la justificación a todo nivel en uno u otro sentido, para concluir el tema. Pero si su realidad es de orden exclusivamente implicado, cabe recordar, tal justificación es imposible. Dios quedará entonces como misterio inefable, misterio, por otra parte, vivenciable por hipótesis. Simplemente trato de hablar con propiedad, que quiero decir con esto: Los orcos, elfos, y demás... Tienen una existencia puramente imaginal, pero nunca, por poner un ejemplo, empírica. En todo caso, las realidades parciales, como ya manifesté, siempre son realidades menores. Pareciera pues que solo puede existir el órden empírico, por otra parte cojo si no se tiene en cuenta, por poner un ejemplo, el racional o inteligible. Que por cierto son contrarios a priori. Cuando hablo de realidad hablo de existencia, pero a un nivel total y no descafeinado. Cuando hablo de irrealidad hablo de inexistencia, y por lo tanto de absoluta inconcebilibidad. Y remarco lo de inconcebible. El artista concibe su obra y esta toma su existencia en la mente. Crear es operar en la realidad. Y la realidad física es una escisión de la realidad total. Existe la realidad conceptual, por mas que no podamos tocarla. Y sigo abogando por realidades redondas y perfectas a todos los ordenes, si se quiere pretender una realidad absoluta. Que podrá o no existir, pero que requiere una respuesta a todos los niveles de existencia. Por otra parte, es posible ver fantasmas, pero eso no significa que sean reales. Por eso las realidades empíricas -las que se demuestran mediante los sentidos- son insuficientes. Culaquier esquizofrénico consciente, podría dar buena fe de esto. Y esto es discutir acerca de las ilusiones, entre las que se cuentan, la de los falsables sentidos ordinarios. De modo que, más que en la convivencia entre los hombres yo diría que Dios ha de ser, para encajar en lo que entiendo por él, la pauta que ordena la naturaleza misma, del modo aquel en que Isaac Newton, en unos espolios de filosofía natural, y explicando las leyes físicas, establece la gravedad como condensación del éter, al que el entiende como cuerpo de Dios. Así, el propio Einstein afirma, mas adelante en el tiempo, que este éter Newtoniano, -que es una continuación en la física del aristotélico-y con todas sus implicaciones, ha de existir forzosamente para que la luz viaje por el espacio. El hecho de que Newton se refiera a este como "cuerpo de Dios", es precisamente por que el campo de fuerza gravitatorio sostiene todos los cuerpos celestes impidiendo que estos se vengan abajo, y está presente en todo el espacio del universo, siendo de este modo omnipresente, y confirmando con ello, en términos de física, la existencia de una fuerza ordenadora en la naturaleza. Se ha dicho de él que este sería a todo orden irreprochable. Pero eso no impide a los hombres de opinar en sentido peyorativo acerca de su idea de Dios. Obviamente, si casi habíamos concluido su incognoscibilidad, que lo hacía prematuramente indemostrable, es de lógica cartesiana que este se hacía por consiguiente irreprochable. Sea como fuere si la fuerza ordenadora total no fuera perfecta en su haber, la existencia no sería posible. Imaginemos pues una fuerza ordenadora imperfecta o inexistente: ¿Acaso podría esta posibilitar la existencia? ¿Y acaso la existencia no ha de ser posible y por lo tanto ordenada y sustentada en algo que la justifique? Pues bien, o ese algo es perfecto, o este es imposible, y con ello la existencia misma. Pues si esta no tiene justificación no tiene sentido, y lo que no tiene sentido no tiene posibilidad. El que tenga oídos, que oiga.

domingo, 27 de febrero de 2011

Perfecta Creación

El valor de la perfección, desde mi punto de vista, debe buscarse no tanto en el hecho de que ella sea posible, si no en la circunstancia en que por pretenderla, lleva a nuestras creaciones a un nivel siempre superior, cuando nos entregamos a ella y trabajamos por las mas altas cúspides de cualquier realización, impulsando así al haber humano a una dimensión en constante cambio, progresión, efectividad o refinamiento. Desde esta prespectiva, el hecho de tomarla como un imposible, tiene incluso la nada despreciable connotación de exigir en nosotros cierta humildad de partida hacia nuestras consumaciones, exigencia que siempre será de agradecer en los espíritus mas engreídos. Humildad que no tiene porque privarnos de nuestra voluntad de ser impecables y de buscar la más impoluta realización de nuestros proyectos, pensamientos y creaciones que hasta el momento presente nos haya permitido el tiempo.

En este sentido, su posibilidad es algo que pasa a ocupar un segundo plano. No persiguiendo imposibles, si no utilizando la existencia de ciertas imposibilidades para catapultar nuestra voluntad y nuestra potencia, no materializamos la perfección pero podemos bordearla paulatinamente. Y teniendo un deseo de perfección aún mas intenso que el desaliento que nos produce su intratable lejanía, probablemente utópica y de carácter pantonímico.

Aún con todo, su carácter remarcadamente utópico no determina su inexistencia, pues es precisamente en el hábitat de la pura utopía que ocupa, donde puede buscarse la solvencia de una idea que permitiría articular nuestras obras hacia un final encomiable, si bin aproximativo. Por mucho que su realidad transpire en un nivel implícitamente especulativo, debemos reconocerle a ese nivel de realidad su facticidad a la hora de cumplir un papel determinante en el mejor obrar del ser humano.

Ahora bien ¿Quien necesita la idea de perfección como estímulo para culminar la naturaleza si no aquel que ha dejado de verla en ella? Que la visión de lo perfecto sea enteramente subjetiva no nos puede impedir cierta contemplación extasiante en aquellos que hemos sido desbordados en algún momento por la belleza del estado natural de la existencia. (Quién más quién menos, cualquiera)

La culminación de la naturaleza (tarea que el hombre se asigna en su periplo) sería así la convivencia misma con la imperfección, en el momento en que un instinto inexplicable le lleva a éste a tratar siempre de superar la natura, aún cuando aquella se le aparece tan perfecta y tan hermosa.

jueves, 3 de febrero de 2011

Inconsciente

Hablamos del inconsciente con soltura y diáfana claridad meridiana, presuponiendo la existencia de algo que, como su mismo nombre indica, no puede ser consciente y por lo tanto conocido de un modo genérico. Respetando la etimología, deberíamos preguntarnos como es que hay algo dentro nuestro que nos es desconocido, si sabemos que existe y que opera en nosotros de un modo fáctico. Esta pregunta, que puede ser aparentemente redundante, atestigua que, en el mismo momento en que fué descubierto el inconsciente, éste mismo dejó de ser. Puede ser un problema de nomenclatura, y, a pesar de todo, este problema, visto así, no deja de presentar una problemática formal y sustancial: si aquello de lo que hablamos no responde al nombre de lo que hablamos, entonces es para nosotros una entidad que no podemos estudiar por lo que és, si no por aquello que nosotros presuponemos que debería ser.

De modo que existe algo desconocido en mí, de lo cual conozco su existencia y asumo su realidad, aunque no pueda, etimológicamente, saber lo que exactamente és -a pesar y de que debería ser definible en la medida en que lo hago nombrable-. O bien el inconsciente no es aquello que conocemos como tal, pues entonces sería consciente en cierta medida y por lo tanto su misma existencia presupondría una imposibilidad ontológica, o bien el inconsciente sabe, y por lo tanto no es aquel gran desconocedor de sí mismo que la psicología ha pretendido descubrir, si no un modo de conocerse que desconocemos y no podemos entender. Lo cual rompe con la misma base de la ciencia psicológica, ya que, si existe tal cosa como un inconsciente, su objetivación no es tal y por lo tanto carece de base empírica a pesar y de que tiene una base teórica y, supuestamente, también práctica.

Aún con todo, la consciencia de haberlo concebido y asumido en nosotors, implica que aquello que no tiene forma para el sujeto puede existir en él y ser descubierto, aún cuando éste sujeto reconozca su carácter informe y desconocido. A menos que, claro está, reconozcamos que conocemos aquel nuestro desconocido, denominado toscamente nuestro cuando, hay que precisarlo, escapa a nuestra voluntad como condición de su existir. Esto supondría que es necesario destruir aquello que no sabemos en nosotros en tanto que no sabedor para demostrarlo, a pesar y de que, por lógica, el inconsciente sabe, de nosotros y de nuestros secretos, puesto que nos mueve y nos condiciona.

Si aquel no sabido nuestro sabe algo de nosotros que no sabemos, hemos de reconocer que está por algo; y que cambiar el curso de su cauce natural es un contrasentido en la medida en que, para nosotros, siga siendo aquel del cual no se puede tener consciencia, y, por lo tanto, llegar a conocer.

Se trabaja sobre una abstracción del señor Freud tomada literalmente y al pié de la letra como un hecho empírico, con la pretensión de absoluta realidad y fundamento para todo el desarrollo de una ciencia que no puede medirse con exactitud, ni que, partiendo de lo dicho, podrá hacerlo jamás. No es razonable hablar de que conocemos un inconsciente en nosotros. Porque si es de tal guisa, ¿A que sabemos de él y su existencia? Los sueños, sin ir más lejos, que entrarían dentro de la categoría de los sucesos inconscientes, han de contener un remanente de conciencia para ser recordados. Tal diferenciación dualista es insostenible desde un punto de vista general, amplio y racional.

Si al trabajo que realiza el hígado independientemente de nuestra conciencia -lo que ya de por si es una puerilidad, puesto que conocemos ese trabajo, pudiendo participar así del otro lado "conocido"- descansa sobre una dinámica comprensible y conscuente, hemos de considerar que este hígado se dirige con su propia coherencia. Con lo cual el inconsciente presenta comportamientos coherentes, no siendo ya aquella suerte de "cajón desastre" al que va a parar toda la basura del consciente, que se ordena y se vuelve coherente al dejar de ocupar el espacio, completamente imaginario, del supuesto contenido inconsciente.

El mismo umbral de la mente vilipendiada por las muletas impostadas de la psicología reduccionista a la que nos atenemos, es un defecto cognitivo, una alteración perceptiva toscamente localizable en las limitaciones de la fisiología formal, que pretenden diferenciar una desconexión local que ni siquiera existe en términos biológicos. El espacio repartido en especializaciones no puede funcionar sin la totalidad, en un compartimento de energías dirigido por la cohesión y absoluta uniformidad de la mecánica de trabajo del sistema biológico a gran escala.

En el campo de la psicología, no es tan importante la explicación del fenómeno si no la ética interpretativa y la funcionalidad empática de las soluciones a los problemas humanos que en esta ciencia se presentan. Otro de los "defectos especiales" en los que ha derivado últimamente, ya que los esfuerzos de las últimas investigaciones no se concentran tanto en la solución de los conflictos internos si no en la comprensión fenomenológica de sus particularidades , como sucede en la neurología, distanciándose así de sus intenciones iniciales. Tales estudios no dan respuestas sustanciales a la resolución de las problemáticas nucleares de la psicología, y representan una cosificación de carácter mecanicista en relación al complicado territorio del alma humana.

Desde la "Introudcción al estudio de la medicina experimental" de Calude Bernard, se ha acostumbrado a exigir a la ciencia las tres fases de observación, hipótesis y experiencia. En el fondo no es más que una exigencia de comprobación de los efectos producidos por las mismas causas, después de una serie de repeticiones idénticas. Sin embargo, hubo que admitir que un gran número de sucesos no son susceptibles de repetición alguna, porque son únicos y excepcionales, lo cual es precisamente el caso de los sucesos humanos. Así que al determinismo, hubo que añadir el indeterminismo -del mismo modo como al cálculo determinista algebraico, el cáluclo aleatorio de probabilidades-. La psicología no puede ocupar un lugar en esa categoría de ciencias en las que, como en la física, es posible operar en estrictas repeticiones experimentales, ni entre aquellas en las que, como la astronomía, la observación revela unas realidades estables o idénticas en el tiempo. Pertenece a la categoría de las ciencias humanas, en las que ninguna realidad es jamás rigurosamente idéntica a sí misma. Es más: los hechos vivientes, y sobre todo los hechos humanos, se muestran un tanto menos propicios a la repetición experimental cuanto que la realidad humana constituye un conjunto complejo.

Creo que puede haber algo que está en el fondo y que actúa en nuestra CONCIENCIA, aunque ésta no termine donde nosotros pensamos o creemos. Y es posible también que la conciencia no pueda medirse en términos de propiedad, de ahí que siempre haya algo en ella que escapa a nuestro control.

Lo malo del inconsciente es la literalidad con que se toma. Estamos hablando de todo un credo del siglo XX, una literal muralla de la mente, que, a pesar de todo, abre una puerta al mismo tiempo que cierra la de al lado. No se ajusta a la realidad constitutiva de la mente toda, que, a parte de no poder limitarse a una mera descripción de si misma, no puede ser diseccionada ni se ajusta a una morfología que pueda limitarse a ningún tipo de finitud o seccionamiento objetivo. La mente entendida como algo particular-personal-sentido de propiedad no cesa de mostrar sus carencias en la medida en que es penetrada, no llegando nunca a ser objetivable como tal, aspecto que Freud entrevee pero que dilapida transversalmente. Ni se trata de algo privado e individual, -pues dicha caracrerística es engañosa- ni opera por partes cuyo límite exista.

La psique es autoinformadora de si misma como dimensión no susceptible de enmarcarse en ninguna clase de límite personal. Aquello que nos informa carece por completo de carácter intransferible, escepto en las própias limitaciones del sentido individual. Yo, constituido como entidad límite, puedo carecer del sentido o la capacidad de transferibilidad, pero éste yo queda seriamente cuestionado por la totalidad misma de aquello que, ontológicamente, és.
Con ésto no niego el ser que soy, pues participa así en el todo del ser, si no su absoluta autonomía e independencia. Pues en la medida en que lo llamo mío, deja de ser universal para convertirse en exclusivo. Y el Ser en mayúsculas no puede ser una particularidad relativa o subjetiva. Sólo soy absolutamente como propiedad indiferenciada.

Sentido de propiedad, sí, pero en un sentido, asimismo, universal y total. Sólo existe la diferenciación desde la negativa al mismo Ser. Negatividad, por otra parte, necesaria; pues gracias a ella podemos descubrirlo como algo constantemente nuevo y actualizado.

domingo, 30 de enero de 2011

Personal e intransferible.

Por espiritualidad debe entenderse el camino concreto que pretende llevar al hombre a su último fin, y no la creencia mas o menos adulterada en un teísmo determinado. Busca el camino para devenir según la realidad de lo que somos, es decir, la realización del propio ser. Si hablamos del recurso teísta en concreto, se puede afirmar que la dimensión divina puede representar un ennoblecimiento del carácter de la realidad, ontológicamente comprendida como vivencia profunda, que de una comprensión ordinaria -desprovista de sentido trascendental- puede ser vivificada cuando se experimenta en su causa primera -aquel encuentro común a todas las cosas, el animan, su raíz (lo más sutil, el átomo). Generalmente en la llamada dimensión trascendental, el límite es el espacio-tiempo, lo que se suele considerar como mundo o universo físico, -de donde proviene la voz "mundano" o "mundanal"- y su causa primera, entendida como algo suprafísico -no susceptible a medida ni peso- adquiere una connotación ordenadora como fundamento de la estabilidad en aquello que sí es físico. Esto tiene la implicación de otros tantos postulados, por ejemplo, el de que no puede existir un órden natural sin una inteligencia universal; no teniendo, la inteligencia, peso ni medida física posible. En este sentido el teísmo deviene en una complementariedad de aquello espiritual, pero no es su característica fundamental. También puede entenderse la inteligencia como una inamencia (que emana de dentro) de la materia, pero en todo caso nunca serán una misma cosa lo esencial (sutil) y lo substancial, mas que en esa primera causa, dentro de la dimensión divina, que representa la interacción sensible-inteligible.
Puesto que de la fuerza ordenadora de la naturaleza se desprende este último fin del hombre que persigue la espiritualidad, que puede estar en manos del hombre en la medida en que participa de su naturaleza, asimismo, verdadera; lo divino fundamenta la experiencia espiritual en numerosas ocasiones. Aún con todo, las implicaciones teístas pueden ser dispares dependiendo de la interpretación que se le dé y de como se constituya el espectro de la divinidad misma. La expresión lo divino es usada de manera variable en distintas confesiones y creencias, e incluso entre diferentes individuos dentro de una misma fe, para referirse a un poder transcendental, o a sus atributos y manifestaciones en el mundo, y aunque puede, no tiene por qué presuponer la existencia de diversos dioses o de un único Dios absoluto. Se distingue aquello espiritual de aquello religioso en la misma significancia de éste último término. Por "religiosidad" no se entiende ni "religionismo" (concepto sociológico de pertenencia) ni "religiología" (doctrinal), sino aquella actitud del ser humano que es consciente de su "religación" a toda la Realidad y a la naturaleza misma, tanto la divina como la cósmica y la humana, y que cristaliza en formas dependientes de las culturas en que vive. (R. Panikkar) Tal religación descansa pues sobre la implicación directa del hombre en esa realidad toda que incluye el nivel en que la inteligencia universal es una partícipe para con el hombre, o viceversa. Todas las palabras humanas se erosionan por su uso, pero también por su abuso. Una buena parte del mundo moderno ya no se considera "religiosa" por las connotaciones e institucionalización que esta palabra ha ido adquiriendo sobre todo en Occidente. Teniendo en cuenta lo dicho, y respetando la etimología, por espiritualidad podría entenderse aquella expresión de la vida humana que se deja impregnar por el Espíritu como símbolo de una tercera dimensión en la que el hombre es consciente de vivir. (Panikkar)
Téngase en cuenta que el Espíritu no representa otra cosa que el principio impulsor del ánimo, o esencia inspiradora, que permite obrar en armonía. Cuando dicho "obrar en armonía" constituye un religamiento, una interacción directa e implicada con la Realidad toda y la naturaleza misma, la espiritualidad deviene religiosa. Así, el verdadero sentido de la palabra sacrificio no es el de un autodestructivo fustigamiento insostenible esde el punto de vista espiritual, si no que viniendo de la raíz "sacro", o sagrado, cualquier actividad de trascendencia sería un sacrificio, no en el degenerado sentido, si no como el hacer armónico mismo, cualquier actividad que se considere sagrada. (ya sea reunirse al lado del fuego, trabajar o tener sexo). Es una entrega voluntaria a lo más sagrado, entiéndase como se entienda ésto último. Proviene de la estupidez, toda esa mentira contra el ser: el verdadero sacrificio no puede ser forzoso ni doloroso, y mucho menos negar la mas natural esencia de uno mismo.
De ahí que la palabra cultura provenga de culto, en aquel cuyo dirigirse por la vida responde a un asimismo dirigirse en consecuencia respecto a las leyes que mantienen la armonía del universo o la misma ética natural, en base a su conocimiento de la sacralidad misma, de aquello que reviste trascendencia. Toda cultura se fundamenta y se construye sobre unos principios, que representan su realidad atómica (indivisible). Su cuerpo de cohesión. Por lo tanto, el culto se fundamenta en una teórica general (postulativa y fundamentativa) y una ortopraxis (que manifiesta el poder teórico), y no puede existir la una sin la otra. Su división es su desintegración. En las religiones no dogmáticas, la praxis cultural reviste un carácter exotérico. El dogma no es mas que un conjunto coherente de enseñanzas e instrucciones, no implicando, el cuerpo doctrinal, de imposición alguna. El mal uso y abuso del dogma, no constituye, en todo caso, nada que tenga que ver con la experiencia religiosa propiamente dicha.

Todo lo demás es una adulteración o una alteración del sentido primero de las cosas. A partir de aquí, confiar en una explicación espiritual y/o religiosa de la realidad, es una decisión personal e intransferible. Es significativo obsevar que el mismo hombre "renacentista" y "humanista", que se escandalizaba de que la humanidad hubiese creído hasta entonces que la tierra era el centro del universo, pasara a pensar que su "tipo" humano representara ese mismo centro, y se sintiera inclinado a exomulgar de la humanidad a los que no fuesen o hubiesen sido "humanistas". La pretensión de verdad -y de universalidad- de cualquier sistema de pensamiento exige la renuncia a querer ser el único propietario de ella: la verdad no es una posesión.

Lo demás es fanatismo.

martes, 25 de enero de 2011

La gran travesía

El tiempo, oleaje de instantes que vienen y se van, pasa inadvertidamente en la playa de la juventud. Transito en la orilla de la móvil espera.

Una sirena me observa desde mar adentro. Es la espectativa de un futuro siempre mejor, forjado a golpes de esperanza en el respirar profundo de la vida. Sentado en la arena contemplo el amanecer en el horizonte, que me habla de alegrías por venir en el acontecer de la ordinaria espera.

Me sumerjo en el mar de la duda y encuentro el conocimiento de los que miran al abismo. La naturaleza es tan perfecta que ha dispuesto una piedra en cada paso, un interrogante en cada respuesta, una ola inmensa en cada minuto de tiempo. La música de las esferas reverbera y me llegan ecos de su perfecta armonía. El caos responde al órden implícito en las piedras del camino.

Seguir adelante es la única premisa para llegar al sol. La tormenta es solo una diatriba en momentos de duda. Tiemblan brazos y piernas, es la voz del inconsciente que se sabe una gota en el océano del tiempo. Me acompañará la vida de las profundidades en este viaje por el espacio exterior de las grandes distancias y los imposibles deseados.

Cuando llegue al infinito, sabré que habrá expirado el tiempo del cansancio y reposaré al otro lado de la realidad, allá donde moran las estrellas y se fraguan soles.

domingo, 23 de enero de 2011

Teatro de títeres.

Violencia en las calles, atisbo de insanidad en el pozo de los desalmados. Noche fría y helada, hinvierno de egos diminutos cruzando la espiral estacional del tiempo variable y el ánimo vipolar. Inútil poesía de las almas en la sombra, infantil querella de narices polvorientas. Puños de acero y cerebro de mosquito, ojos saltones de insecto furibundo, palabras necias que se clavan como aguijones inocuos en la piel del valiente despistado. Ganchos en la mandíbula de la noche festiva y alegre, coito interrumpido de las risas y las copas que brindan por la alegría. Huellas de osadía en tiempos de paz que solo siguen los buscadores de sensaciones vacías. Buscan entrar en calor a golpes para combatir el frío de la soledad, intimando con lobos que les protegan del dócil viajero. Cobardía encumbrada.


Navajas que se quedan en el gaván, amenazas cortantes como el cristal helado de los corazones henchidos de aire, mas ligeras que una nube y mas efímeras que la nieve inspirada. Insultos a una dama vociferados por la inpotencia de los prepotentes. Caras de odio, compañía inflamable en el bar de los negocios turbios. Miradas desconfiadas, oídos sordos al otro lado de la duda. Comparsa de rufianes que gimotean como pavos reales en la pasarela de la estupidez. Ruido en la puerta del bar, parece que hay gresca. La multitud interviene y el detonador se pone impaciente.

Falsa alarma: bomba desconectada de la realidad del aquí y el ahora, a la que no es necesario darle mas bombo. Las explosiones en cadena acaban rotas por el entendimiento del dócil viajero, contrincante consecuente de los necios. Intentaron amargar la noche con la amargura de sus cadenas de odio. Anecdótica querella en un paraje frívolo. Final feliz en el KGB, entre copas y buena música.

viernes, 21 de enero de 2011

Metaforia

Al otro lado de este mundo la luna se divide en dos y aparecen en el horizonte las anchas llanuras de la tierra de Metaforia. Un mundo que no está ni aquí ni allí, pero en todos lados al mismo tiempo. No existe, en este extraño rincón del universo, a veces pequeño y otras colosalmente extenso; ni el arriba ni el abajo, siendo esféricamente perfecto y numéricamente inproporcionado. Sus habitantes guardan estrecha relación con el ser humano, si no fuera porque duermen de día y despiertan en sueños. Sus costumbres son caprichosas y extravagantes, pues se alimentan de ideas y cultivan sueños. Por lo demás, están tan vivos como nosotros: lloran, sufren, ríen y se enamoran.
Abundan los molinos de viento en este mundo étereo y sublime, y hacen las grandes travesías en zepelines, surcando la noche púrpura de su mundo imaginal; siempre vigilado por Selene y Lorelei, fragmento de nuestro satélite que otorga tan majestuosa coloración a su cielo auroreado. Los habitantes todavía recuerdan como, en plena revolución industrial, Lorelei se desdobló de su nodriza catapultándose hasta el cénit de la bóveda celeste, dando comienzo así la era de la independencia.

Juro que tuve la suerte de penetrar en Metaforia muchos años atrás, siendo todavía un adolescente, en mi primer escapada al monte como mochilero y en compañía de mis camaradas. No nos resultó fácil volver de aquella tierra maravillosa, la cual no he vuelto a encontrar jamás hasta día de hoy. Espero volver alguna vez antes de que sea demasiado tarde, pues todos los animales de nuestro planeta han estado emigrando a este hermoso lugar; desde que la resplandeciente Lorelei hiciera su primera aparición en el cosmos purpúreo del inaccesible, pero siempre presente, cielo Metafórico.